Carta de Penélope a Ulises, cuando Ulises estaba
lejos y Penélope estaba exactamente allí donde él la dejó pero unos pocos años
después:
Voy a aprovechar que estás lejos y te voy a llamar Ulises. Porque es mucho
más bonito que Odiseo. Porque suena a buena persona y a luz, y tú eres eso, Ulises.
Bueno y luz.
Y un poco pieza, amor, también eres. Entiendo que te gustan las cosas difíciles
y que te aburren las sencillas. Y que hay bajo tu coraza de campesino plácido un
alma de héroe que galopa feliz cada vez que le das una vuelta más a la tuerca,
cada vez que te alejas un poco, cada vez que huyes de lo cálido y te envuelves
en frío. Y que no respiras si no te enganchas a cada “Resulta que…” que aparece
en tu camino. Que cuando no es Circe es Polifemo y que tampoco necesitan cantar
demasiado bien las sirenas para que tú te desvíes de ruta. Pero modérate, Odiseo, porque al final acabarán usando tu nombre para referirse a esos caminos
que, por mucho que se recorran, no acaban nunca. Yo sinceramente creo
que con ser el hombre ocupado ya estaba bien. Que no le hacía falta mucha más
épica a esta historia nuestra.
Eres lobo gris y eres guerrero estepario y así nos va. Entiendo y admiro esa parte de ti que lo mismo
te hace querer leer tres veces seguidas la misma historia que pasar media mañana
observando el mismo lagarto. Porque es ese el trozo de alma que, supongo, hizo
que decidieras compartir un trozo de tu vida con la mía. Y porque si no me gustara a ver de dónde sacaba Homero leyendas que escribir. Y porque si fueras un campesino plácido no tendría yo interés en esperarte ni en escribirte ni en compartir medio segundo de mi vida más contigo, ni con tus remolachas.
Pienso también, mientras acabo la segunda temporada de Stranger Things, mientras
cruzo Itaca en autobús, mientras te espero, pienso que ya es tener suerte que me
haya encontrado justo con la única persona en el mundo que tiene más ganas de
huir que yo. Y que hayas sido más rápido. Porque si me hubiera ido yo a surcar
los mares y a cruzar los mundos, poco o nada me importaría que hubieras
decidido estudiar en Troya. Pero claro, no, yo estoy aquí, tejiendo y
destejiendo, preparada para suspender de nuevo el examen de conducir. Y tú ahí,
lejos y ocupado.
A menudo me pregunto, mientras tejo y destejo, y voy a clases de conducir, y retomo el piano y leo y dejo por enésima vez de morderme las uñas, cuánto tiempo puede alguien echar de menos a otro alguien. Me lo pregunto, también te digo, sin ganas ningunas de averiguar la respuesta.
A cambio, recuerdo lo maravilloso que va a ser cuando coincidamos los dos en
el mismo espacio-tiempo, y hagamos eso que hacen las parejas de la Grecia
helénica clásica. Ya sabes, cumplir años juntos, pasar más de cinco días al mes
en la misma ciudad, ir al cine, salir al campo, bañarse en el mar, desayunar
sin prisa. Lo imagino mientras tejo y destejo y mientras se vuelven amarillas
las hojas del árbol que sea que crece en Itaca que concretamente en mi caso es
un manzano, y pienso que ojalá quede poco. O que al menos no quede tanto como parece.
Porque no quiero pasar a la historia como la mujer que espera.
Porque quiero estar y que estés para tu próximo cumpleaños.
Porque siempre es más bonito poder decir las cosas que escribirlas.
Y porque te echo de menos.